“There are things, I regret. That you can’t forgive. You
can’t forget…So, take this night. Wrap it around me like a sheet. I know I’m
not forgiven, but I need a place to sleep. So, take this night. Lay me down on
the street. I know I’m not forgiven, but I hope that I’ll be given… Some Peace.”
Hace
ya un par de años alguien tuvo el detalle de pedirme perdón con estos
maravillosos versos. Aunque haya pasado el tiempo, cada vez que vuelvo a
escuchar estas palabras me doy cuenta de que perdonar no es tarea sencilla.
Pese a que alguien tenga el gesto de intentar enmendar algo que nos hizo o dijo en el pasado, a menudo pensamos aquello de “ahora ya es tarde” o “esto no cambia lo que pasó”. Si bien es cierto que el acto de pedir perdón no puede modificar algo que ya ha ocurrido, sí que puede ser el inicio de un cambio. Una muestra de que la relación con esa persona puede ser distinta y por qué no, positiva.
A
menudo el mayor problema con el que tenemos que enfrentarnos para aceptar una
disculpa es nuestro propio orgullo. Suele
ser habitual tener la creencia equivocada de que perdonar a aquel que nos hirió
en el pasado supone aceptar que aquello que nos hizo no fue tan grave como realmente
fue o que lo hemos olvidado por completo. Si bien esto no es así. Perdonar no
significa borrar de nuestra mente el daño que nos provocaron, ni tampoco que
reforcemos este comportamiento inadecuado o que le restemos la importancia que
tiene.
El
perdón implica ofrecer la oportunidad al otro de enmendar un error pasado y de
modificar su conducta de cara al futuro. Es cierto que todo depende qué fue
aquello que nos hicieron o dijeron, pero en numerosas ocasiones cualquiera de
nosotros puede cometer errores puntuales que no nos definen, incluso de los que
a veces no somos conscientes o no de su gravedad. Todos merecemos la
oportunidad de enmendar un error ocasional y aprender de ello para no volver a
repetirlo.

Otro de los motivos por el cual nos cuesta perdonar es el miedo a que las disculpas que nos profesan no sean sinceras y de que se vuelva a repetir la misma situación y vuelvan a fallarnos. Muchas veces esto viene provocado por experiencias pasadas con otras personas con las que ya hemos vivido esta situación o incluso con esa misma persona. Como suele decirse, “cada persona es un mundo”, por lo que no podemos dar por hecho que, si perdonamos a alguien, nos va a volver a fallar porque nos haya ocurrido esto en el pasado con otra persona. Otro caso distinto es que aquel que ahora intente conseguir nuestro perdón nos haya fallado numerosas veces anteriormente y haya repetido los mismos errores una y otra vez. En estos casos es muy probable que vuelva a repetir su comportamiento inadecuado hacia nosotros. Además, en estos casos en que los mismos errores se dan una y otra vez o en los que un único error ha sido demasiado grave, nuestra relación hacia esa persona cambia, se ve deteriorada y más que una incapacidad para perdonar simplemente aquel ya no se ajusta al tipo de persona que queremos tener a nuestro lado.
Del
mismo modo que perdonar muchas veces no resulta tarea sencilla, pedir disculpas
a veces es incluso más complicado.
De
nuevo el orgullo suele ser uno de
los principales motivos. Aceptar que uno se ha equivocado supone un choque con
el ideal que tenemos de nosotros mismos, con la imagen que tenemos de cómo
somos. Implica asumir que no somos perfectos, que cometemos errores y que
nuestros actos y/o palabras pueden llegar a herir profundamente a otro.
Por
esto mismo, es de valorar el perdón de alguien. Pedir perdón es un acto de
valor. Supone asumir la responsabilidad de que se ha actuado de manera errónea,
en contra de los propios valores morales y que con ello se ha causado dolor en
el otro.
"Nunca, nunca es tarde para nacer de nuevo"
¡Síguenos en Twitter @Psic_parati y en Facebook!
Isabel Estévez Prieto
Estefanía Cárcel Esteban