Seguro que todos conocemos de primera mano el dolor emocional. En esta ocasión, nos referimos al dolor que sentimos cuando perdemos algo o a alguien. Una pérdida es algo realmente doloroso y en realidad podemos perder muchas cosas; desde un ser querido, hasta un trabajo, una casa, una amistad, una relación sentimental o una rutina. Las pérdidas crean cambios en nuestra vida y a veces es muy difícil reorganizar nuestro día a día cuando estos cambios suceden. Más difícil es cuando nos encontramos de lleno en el procesamiento del dolor, es decir, cuando estamos viviendo lo que todos conocemos como el duelo, que es el proceso que nos lleva a sufrir la pérdida y a terminar aceptándola.

Según Kübler-Ross y Kessler, existen 5 etapas en el duelo. La primera es la de negación. En este momento, la persona que ha sufrido la pérdida no puede creer lo que ha sucedido. Es la fase de la incredulidad, de parecer que todo es un sueño. Esta fase sirve para que los sentimientos dolorosos aparezcan poco a poco, y así dosificarlos.
Después aparece la ira. Nos enfadamos con nosotros mismos y con el mundo por diferentes motivos; por no haber cuidado mejor la relación de pareja, por no habernos esforzado más en ese trabajo, o con los médicos, por no haberle podido salvar la vida. Incluso la ira puede ir contra Dios en personas creyentes, y aparecen pensamientos como: "¿Dónde estaba Dios en esos momentos?, ¿por qué no le protegió?". Esta ira es una reacción natural porque vemos la pérdida como injusta.
Después aparece la negociación con la vida. Son los pensamientos que tenemos con respecto a "y si hubiera actuado de otra forma...". Intentamos cambiar las cosas de una forma metafórica. Sabemos que no va a cambiar, pero le damos muchas vueltas a lo que ha pasado. Intentamos pactar con el destino, por ejemplo queriendo morir nosotros en lugar de la persona que ya no está (en el caso de una muerte).
Seguidamente puede aparecer la fase de depresión. Aquí la sensación de vacío es máxima, parece que nunca vamos a levantar cabeza. La esperanza está reducida a su mínima expresión y no nos importa casi nada. Estamos tomando conciencia de que aquello que conocíamos no va a volver, entonces es normal que la tristeza nos invada completamente. Esta fase de depresión nos sirve para evaluar realmente lo que ha pasado, para ser conscientes al 100 % de que hemos sufrido una pérdida y, como su nombre indica, lo que perdemos no va a regresar, al menos de la misma manera en que conocíamos aquello que teníamos.
Finalmente aparece la aceptación. Aceptar una pérdida no quiere decir que nos parezca bien lo que ha pasado, si no que se refiere a que comenzamos a aprender a vivir con la pérdida. Podemos ver que la aceptación se está produciendo cuando la persona comienza de nuevo a "vivir", a hacer las cosas que hacía antes; en definitiva, cuando su vida vuelve poco a poco a su cauce. Aquí el día a día ya comienza a reorganizarse y se aprende a vivir en un mundo, en un lugar, en el que falta un ser querido, una parte del cuerpo, una relación, o una mascota.
Como vemos en nuestro día a día, cada persona puede vivir una pérdida de forma diferente, pero a la vez de forma muy parecida. Estas fases aparecen en todas las personas, cada una con un ritmo y con una intensidad. Cada pérdida es única, y tenemos que tener claro que el dolor no se puede cuantificar ni juzgar. Por esa razón, es importante tener una ligera idea de en qué momento del duelo se puede encontrar una persona para ayudarla y apoyarla lo máximo posible.
¡Síguenos en nuestro Twitter @Psic_parati y en Facebook!
Estefanía Cárcel Esteban
Isabel Estévez Prieto
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido este Post?